Nuestra estancia en el hotel pareció una gymkana. Primero nos dieron una habitación junto a otra que estaba en obras (segunda vez que me pasa este año, ¿soy la única que piensa que no deberían dar esas habitaciones?). Eso sin contar con que la televisión no funcionaba y había restos de uñas junto a la cama. Después de insistir nos cambiaron a una habitación supuestamente mejor por tener un baño turco que no funcionaba. Además daba a los ascensores, con lo que tampoco es que fuera precisamente silenciosa. Curiosamente, la señora que nos llevó a la habitación, presumió de que el hotel estaba lleno y que habían dado nuestra habitación ruidosa a otro cliente. No dábamos crédito. Nuestra nueva habitación se inundó parcialmente durante la noche porque el lavabo no estaba bien sellado y el grifo no funcionaba bien, y la solución que nos dieron fue, literalmente, enviarnos a alguien que nos enseñara a cerrar bien el grifo. Además el aire acondicionado no estaba activado a pesar de hacer 23 grados, y al abrir las ventanas entraban mosquitos que nos frieron a picotazos. Además el wifi sólo iba a ratos.
Todo esto sin contar que nada más llegar un golpe de viento tiró la bandera de la entrada con mástil y parte de la pared incluído y no nos dio en la cabeza por un par de segundos (de acuerdo que esto no sería culpa del hotel, pero el director apareció para recoger la bandera sin ni siquiera preguntarnos si estábamos bien, el susto fue bestial).
Eso sí, desayuno delicioso, menos mal.